Pasó la primavera de mi vida y sigo enamorado...

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"la justicia es ciega, pero no tonta"

miércoles, 22 de julio de 2015

La mujer que más supo de Amor


La mujer que más supo de Amor, la que lloró como Ella misma, haciendo de sus lágrimas, un mar que desbordaba el espíritu y brotaba de sus ojos claros y profundos como perlas cultivadas, en verdad lloraba de alegría.  Solo nosotros los hombres, -esas bestias de cachorro que dependemos de ellas, porque hemos nacido dependiendo de una madre-, contemplamos a la Magdalena, llorosa, arrepentida y llena de amargura, arrodillada al pie de la Cruz. Y digo que sólo los hombres, -estos bárbaros disfrazados de ilustrados, analfabetos sentimentales, que pensamos más con la cabeza entre los perniles, que con la mente que cargamos sobre los hombros- somos incapaces de comprender, que Ella, ejerciendo el improbable oficio más viejo del mundo, devolvía más Amor, que el que intentaban pagarle los heridos que ingresaban en sus urgencias. Porque ese incontestable amor que comerciaba con su cuerpo, era el mismo incomparable amor, materno-filial, que solo una buena madre, o una esposa ejemplar, podía satisfacer a los que andan tan sólo por la vida, que necesitan pagar unos minutos de placer, a cambio de lo que no tiene precio, una atención primaria, para sanear la acuciante falta de compañía---la más absoluta, soledad-. La iglesia la elevó a los altares, barajando la doble intención de lo poco que sabemos de su vida, pero los hombres, autocomplacientes al nivel que le marca la lívido, la convertimos en algo más que leyenda. Mujer de la vida, de las que cruzan por nuestras calles; nimbada por el aura de su eterna congoja; sumamente atractiva, dejando ver su exuberante melena al viento, encendiendo -sin proponérselo- las candelas del deseo y la pasión en los niños grandes que no hemos dejado de babear, hasta que no morimos babeando en el lecho, donde todas la dignidades penetran, buscando el placer más que la procreación en las entrañas de nuestra propia naturaleza. Los hombres soñamos con esta Santa mujer, la mujer que más supo de Amor, porque hizo posible el imposible amor carnal del hijo del hombre y lo transmitió en sus copiosas lágrimas como la luz primera de la resurreción de la carne. Y así se muestra hoy, en nuestros tiempos, como abanderada de todas las mujeres que sufren la violencia del género más cobarde; la violencia del mal llamado sexo fuerte, que es el que más debilidad mental y psicológica manifiesta en sus pasionales crímenes. Pero también se presenta como la Mujer, altiva, fresca y orgullosa, que no le teme a los anciestrales prejuicios de los hombres que han dictado la ley, para cumplir sus trampas. Mujer valiente, que sin prestar atención a las habladurías, se presenta en el cenáculo humildemente, para lavar, perfumar y secar los piés del Maestro con la naturalidad de su pelo, contra todo pronóstico y reseña homofaga. El amor salió a su encuentro, librándola de la más salvaje lapidación y para Ella volverá a salir el sol de esa mano que levanta a los misericordiosos, para llenarlos cada vez más de misericordia. Los capullos mentales que presumen de virilidad, seguiremos pensando en Ella como pensamos cuando queremos prohibir (con la boca llena de intereses políticos) el oficio más antiguo del mundo...¡hipócritas de tan bajo nivel mental, como falsa moral!...algunas “mujeres buenas”, tendrán celos de Ella, los mismos celos convulsivos de quienes niegan el amor desinteresado, poniendo sus ilusorias condiciones, como si el verdadero amor tuviera un precio que pagar. Sí, es verdad, que estas Magdalenas, la Magdalena, reciben a cuenta sus denarios, como lo reciben en la actualidad, muchas personas humilladas y sometidas a todo tipo de vejaciones, para comer de las sobras que generan oscuras mafias. Pero casi siempre es el hombre, ese juguete tan peligroso y violento, como maleable, el que convertido en infame proxeneta, comercia con un amor de circunstancias, convertido en vicio, sabe Dios porqué incuestionables motivos y razones en la vida ¿el que esté libre de culpas que lance la primera piedra?. Ellas esconden mientras tanto el rostro de sus verguenzas, semidesnudas, que son nuestras propias verguenzas sociales. Al fin y al cabo, la mujer se diferencia del hombre, en que siempre llora por Amor, como una Magdalena. La auténtica, Magdalena.

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