La mujer que
más supo de Amor, la que lloró como Ella misma, haciendo de sus
lágrimas, un mar que desbordaba el espíritu y brotaba
de sus ojos claros y profundos como perlas cultivadas, en verdad lloraba de alegría. Solo nosotros
los hombres, -esas bestias de cachorro que dependemos de ellas, porque hemos
nacido dependiendo de una madre-, contemplamos a la Magdalena,
llorosa, arrepentida y llena de amargura, arrodillada al pie de la
Cruz. Y digo que sólo los hombres, -estos bárbaros disfrazados de
ilustrados, analfabetos sentimentales, que pensamos más con la
cabeza entre los perniles, que con la mente que cargamos sobre los
hombros- somos incapaces de comprender, que Ella, ejerciendo el
improbable oficio más viejo del mundo, devolvía más Amor, que el
que intentaban pagarle los heridos que ingresaban en sus urgencias.
Porque ese incontestable amor que comerciaba con su cuerpo, era el
mismo incomparable amor, materno-filial, que solo una buena madre, o
una esposa ejemplar, podía satisfacer a los que andan tan sólo por
la vida, que necesitan pagar unos minutos de placer, a cambio de lo
que no tiene precio, una atención primaria, para sanear la acuciante
falta de compañía---la más absoluta, soledad-. La iglesia la elevó a los altares, barajando la
doble intención de lo poco que sabemos de su vida, pero los hombres,
autocomplacientes al nivel que le marca la lívido, la convertimos en
algo más que leyenda. Mujer de la vida, de las que cruzan por
nuestras calles; nimbada por el aura de su eterna congoja; sumamente
atractiva, dejando ver su exuberante melena al viento, encendiendo
-sin proponérselo- las candelas del deseo y la pasión en los niños
grandes que no hemos dejado de babear, hasta que no morimos babeando
en el lecho, donde todas la dignidades penetran, buscando el placer
más que la procreación en las entrañas de nuestra propia
naturaleza. Los hombres soñamos con esta Santa mujer, la mujer que
más supo de Amor, porque hizo posible el imposible amor carnal del
hijo del hombre y lo transmitió en sus copiosas lágrimas como la
luz primera de la resurreción de la carne. Y así se muestra hoy, en
nuestros tiempos, como abanderada de todas las mujeres que sufren la
violencia del género más cobarde; la violencia del mal llamado sexo
fuerte, que es el que más debilidad mental y psicológica manifiesta
en sus pasionales crímenes. Pero también se presenta como la Mujer,
altiva, fresca y orgullosa, que no le teme a los anciestrales
prejuicios de los hombres que han dictado la ley, para cumplir sus
trampas. Mujer valiente, que sin prestar atención a las habladurías,
se presenta en el cenáculo humildemente, para lavar, perfumar y
secar los piés del Maestro con la naturalidad de su pelo, contra
todo pronóstico y reseña homofaga. El amor salió a su encuentro,
librándola de la más salvaje lapidación y para Ella volverá a
salir el sol de esa mano que levanta a los misericordiosos, para
llenarlos cada vez más de misericordia. Los capullos mentales que
presumen de virilidad, seguiremos pensando en Ella como pensamos
cuando queremos prohibir (con la boca llena de intereses políticos)
el oficio más antiguo del mundo...¡hipócritas de tan bajo nivel
mental, como falsa moral!...algunas “mujeres buenas”, tendrán
celos de Ella, los mismos celos convulsivos de quienes niegan el amor
desinteresado, poniendo sus ilusorias condiciones, como si el
verdadero amor tuviera un precio que pagar. Sí, es verdad, que estas
Magdalenas, la Magdalena, reciben a cuenta sus denarios, como lo
reciben en la actualidad, muchas personas humilladas y sometidas a
todo tipo de vejaciones, para comer de las sobras que generan oscuras
mafias. Pero casi siempre es el hombre, ese juguete tan peligroso y
violento, como maleable, el que convertido en infame proxeneta,
comercia con un amor de circunstancias, convertido en vicio, sabe
Dios porqué incuestionables motivos y razones en la vida ¿el que
esté libre de culpas que lance la primera piedra?. Ellas esconden
mientras tanto el rostro de sus verguenzas, semidesnudas, que son
nuestras propias verguenzas sociales. Al fin y al cabo, la mujer se
diferencia del hombre, en que siempre llora por Amor, como una
Magdalena. La auténtica, Magdalena.
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