Pasó la primavera de mi vida y sigo enamorado...

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"la justicia es ciega, pero no tonta"

miércoles, 14 de abril de 2010

PORQUÉ MIS HIJOS NO VAN A LOS TOROS

¿Porqué no van mis hijos a los Toros?...pues mire vd., don Paco y don Joaquín, porque a ellos les gusta y emociona la elegía del Llanto por Ignacio Sánchez >Mejías, les gusta la poesía dúctil y admirable del genial Federico García Lorca al que consideran poeta ultra defensor de la vida, frente a la tortura a borbotones de sangre en los terc ios de picadores y banderilleros. Mis hijos no van a los toros, porque conocen ese Templo al sol más hermoso que el Coliseo romano en su justa medida, porque no le es ajeno, que el coso maestrante sea un tendido abierto al foco de la luz, que lo corona como patrimonio de humanidad y que todo se hace perfectamente conjugable : el redondel anillado con la paralela roja de la sangre; el oro del albero con el ocre de la arcada de medio punto; la deslumbrante arista de la cal con el mármol de las columnas; la piedra tallada con la heráldica renacentista del palco real, el sardinel de los ladrillos con las yagas negras de las rejas heredadas del convento casa grande. No hay que ser muy sensible para captar el glorioso espectáculo de la fiesta; el ritual y la liturgia del paseillo; el resplandor de los alamares brillando en los trajes de luces; el pasodoble preciso de Tejera, la trompeta de Nerva y el solemne aviso de los clarines. Tampoco hace falta ser muy sevillano, para observar el silencio de los vencejos y la puntualidad británica del reloj de la Real Maestranza de Caballería. Pero ante semejante enciclopedia de literatura al aire, mis hijos no van a los toros por la sencilla razón de la tortura…la tortura sí, la tortura romántica que sufre el animal más bonito del mundo en su estampa, en su piel extendida que da forma a la legendaria península ibérica. Todo el arte se envilece y se derrama por el lomo del Toro a borbotones de sangre, lentamente y la luz lo certifica entre el clamor de la plaza. La bravura del minotauro se mide por varas y esa suerte se clava despiadadamente en el lomo del morlaco para aminorar la fuerza de su casta con el falso nombre de la nobleza. Por si no fuera poco, de nuevo se le cita para el baile de las banderillas, crueles garfios ensartados en su lustrosa piel, para que se revuelva en el espanto de un enviste a la ausencia traidora. No, no pueden soportar la Fiesta, ni en el majestuoso marco del Baratillo; mis hijos no van a los toros, porque ven el Arte empañado, por la fatiga de un hermoso eral, llamado fiera, con la lengua fuera de la peor suerte; burlado por las tablas del burladero y el capote en pintura de las mejores verónicas; engañado por el percal de la muleta que hace desaire y desprecio de cada lance, como el gladiador ufano que le brinda a los tendidos, la humillación de una muerte prolongando su faena. Mis hijos no irán a los toros y yo cada vez los respeto más y lo entiendo, como respeto y entiendo cada vez menos, que aún no se haya encontrado una fórmula alternativa para que el animal más calumniado y bello del mundo tenga que sufrir en una Plaza la tortura que continua practicándosele bajo el nombre de Fiesta Nacional.

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