El padre franciscano que me escondía en la iglesia cuando huía peligrosamente de alguna de mis veladas aventureras, era una auténtica bendición de persona. Y no lo digo por bien que desarrollaba su magisterio, sin distinción de credos o profesiones, sino por aquellos coloquios que manteníamos en la sacristía al calor de la copita de vino de consagrar (cream Xerez), mientras se alejaba la tormenta. Don José –lo desquiciaba con mi usual pregunta- ¿cómo es Vd., tan bueno sin tener ni un pelo de tonto?...y perdone si me fijo en su reverenda calva. Y el me espetaba con los ojos rabiosos de ira piadosa: Mira,-zorro del diablo- mi oficio es que si me la dán, sea por bueno ó justo, pero no por tonto. Que ni el tonto es tan bueno, ni el bueno tan tonto. Tonto es el que le cuenta a los malos lo que le escucha a los buenos; osea, un mal mensajero que no sabe distinguir la importancia del correo y lo que busca es dar la noticia el primero, antes que seleccionar la importancia de cada correspondencia. Bueno D. José ¿y cómo lleva vd., eso de la castidad?...ya sabe a lo que me refiero…es que me resulta increíble y hasta si me apura inhumano, que una persona no practique el sexo. Pues te vas a quedar con las ganas de saberlo –rufián desvergonzado- que no seré yo el que te regale el oído, sólo te haré un apunte al respecto (que a buen entendedor pocas palabras bastan), servidor tiene su apetito debidamente satisfecho y la conciencia muy tranquila. No me diga más, Padre: siendo director espiritual y confesor de las mejores y más principales damas de California, ya me lo imagino- jajajajajajajajaj
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