Fotografía Artística de David Naman Fotos (Vancouver Canadá)
Este aventurero decadente, cada vez está más convencido de que ese que llamamos Dios, es el punto FM del dial, que cada uno sintonizamos, según le suene a nuestra conveniencia. También ese que llamamos Dios y lo tenemos siempre en un suspiro ¡ay Dios, Dios mío!, permitiéndonos blasfemar en su contra o tomar su nombre en vano, cuantas veces nos encontremos en alguna necesidad, tentación o peligro. Ese que llamamos Dios, que llevamos de la mano a donde quiera que vayamos, para echarle la culpa de todo lo que nos pasa y pedirle auxilio urgente y de última hora. Nos ha dejado, hace siglos, por imposible y se lo pasa -en su altísimo trono- pipa, desternillándose al contemplar, la insoportable levedad de su obra cumbre creativa, el hombre.
Mas allá de la hipocresía, hermana bastarda de la diplomacia, los hombres y mujeres, nos atrevemos a atribuirle a Dios, poderes que surgen de nuestra mente atormentada, según voluntad, atreviéndonos a censurar "el Padre nuestro" con la tan vulgar como insostenible enmienda de "hágase nuestra voluntad aquí en la tierra". Así pasando olímpicamente de su divina enseñanza, nos atrevemos a decir: "Que Dios te bendiga; que Dios te lo pague; que Dios te perdone, etc. etc". Bien, esto, no tiene mayor importancia, si no le damos otra, que no sean, los buenos deseos y propósitos de enmienda que-en nombre de Dios (en vano)- dispensamos hacia nuestros hermanos, prójimo y seres queridos. Pero cuando los hombre/mujeres, echando espuma por la boca y embargados de soberbia, condenamos a nuestros semejantes a la espeluznante pena de: "no tienes perdón de Dios", por esa autoridad auto-conferida, que nos atribuye nuestra apariencia de hombres justos, íntegros, poderosos, practicantes y temerosos de Dios, es cuando el uno y trino, tiene que revolverse en su nimbo, haciendo tronar las nubes, con los rayos y truenos de su más omnisciente carcajada. Hasta ahí, pudiéramos llegar, el hombre mismo, condenando al mismo hombre, en el nombre del Todopoderoso. Otra prueba fehaciente de que el verdadero poder en la Tierra, lo ejerce el hombre; que no solamente hizo de la dignidad del trabajo, la más flagrante explotación del hombre por el hombre, sino que se atrevió a ir más allá del más allá (y no me refiero al sacramento de la orden sacerdotal), condenando y absolviendo a su semejante, de sus propias faltas o pecados. Claro que estos supuestos y otros de distinto calibre, nos los pasamos la mayoría de los hombres/mujeres, por los mismos forros, incluso lo maquillamos -como he escrito más arriba- con el recurrente set de hipocresía o diplomacia- que nos distingue a cada cual, según las dosis que administramos. Dentro de los hipócritas, nos podemos incluir todos los que en principio no reconocemos el defecto, cuando en realidad, tomamos a Dios o lo ponemos por testigo, con arreglo a nuestras propias conveniencias: Juramos por El y ante El, lo mismo que perjuramos, para salir de cualquier situación embarazosa. La hipocresía, araña por dentro y sonríe por fuera, utiliza el amor de Dios a su libre albedrío, difamando la auténtica bondad, con un sucedáneo de falsas bondades, que no hacen más que destacar y competir entre sus contrincantes, con una entrega, cariño y dedicación que busca su propio beneficio. Y no sería del todo perjudicial, esta entrega, cariño y dedicación, que el hipócrita practica, si no fuera porque está dispuesta a desarrollar sus dotes de "bondad y abnegación" con todo el mundo, con tal de que quede constancia de sus hechos y poderlos así utilizar como arma arrojadiza o simple chantaje de cara a sus beneficiarios. Trabajan estos hipócritas, la humildad "franciscana" tan magníficamente, que sin ser dignos de lástima, terminan partiendo el corazón de los demás, a la hora de vender sus novelescas vidas, plagadas de penas, desengaños y trabajos ingratos para mantener a su desgraciada familia. Otros hipócritas hay, en dirección contraria que van por la vida contando "sus verdades" a cara descubierta, imprudentes y contestatarios, tan frescos y hábiles que hacen amigos con tanta facilidad, como poca vergüenza en descubrir sus miserias. Estos hipócritas tienen sus carencias culturales, tan bien desarrolladas como la experiencia en todos los campos de la vida; han aprendido a base de palos, pueden parecer agradables y sumamente serviciales, pero esconden un odio, un rencor y una inquina tal, que más vale llevarse en paz y bien con ellos, que descubrir la mala leche que acumulan en la intimidad de su convivencia. Son hipócritas, no por malas personas, sino más bien, porque saben dominar el arte de la defensiva y la adaptan perfectamente al orden que ellos/ellas han establecido en el trato hacia los demás, según y siempre en su propio beneficio. Los matrimonios o parejas sentimentales de estos hipócritas, han sido a lo largo de la historia, víctimas silenciadas de la más rabiosa y escalofriante violencia de género (por su lenguaje soez, sus amenazas temerarias y su fuerza descomunal para ofender y humillar). Auténticos maltratadores y maltratadoras que presumiendo del Dios verdadero, ese que todo lo puede, maldicen y desprecian todas las creencias de los que consideran enemigos y culpables de su mal endémico. En cuanto al nutrido grupo de los Diplomáticos; siempre nos quedará el buen arte y maneras de encajar con una sonrisa, su puñalada trapera. Son igual de hipócritas -como todos los somos en general en ciertos momentos de la vida- pero más sutiles. Asestan el golpe, casi sin que lo notes, te hacen sangrar sin dolor, con la serenidad del Cristo de la Buena Muerte. Tienen el buen gusto de promover las mayores disputas y controversias familiares; pero no consiente la más ligera discusión y saben apagar los mayores incendios conyugales, con la misma facilidad que te desheredan, despiden y embargan de tus bienes. También llevan a ese Dios paterno-filial por bandera, bien sintonizado en su emisora, son maltratadores de alto "standing" y guante blanco, que incluso presiden cofradías ilustres en su localidad de residencia. Por lo escrito, cada vez estoy más convencido de que Dios, debe de estar, recreadísimo con la obra cumbre de su creación: El hombre/mujer.
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