Adios con el pañuelito, la pregunta me la guardo en el bolsillo vacío, la respuesta por mas que busco no la encuentro. La alegría es contagiosa, pero la pena es crónica, el tronío de los cohetes distorsiona la realidad, cuanto más se aleja el ruido más se siente la desolación. Flores nuevas, plata antigua y reluciente, cuajada de colores vivos, pintan las calles de la despedida. Os llevais –por siete días- la vida a caballo entre lo divino y lo profano, dejais el mundo viéndoos pasar por las aceras.
Detrás del Simpecao, se ván los que se quedan, se van hasta la marquesina próxima parada de los jubilados. Os acompaña el minuto de gloria de cuantos nacieron atrapados en un cuerpo que no les correspondía, os sigue la fe sostenida en las muletas, el dolor acostumbrado de la artritis que obra milagros de olvido andando por sevillanas. Puro absentismo salvado por la tradición, el trabajo, la escuela, la obligaciones, sacrificadas por la devoción, bajo el precioso nombre de una Virgen que parece guardar la clave de la felicidad. Que así sea si verdaderamente el camino es de esperanza, que así sea si verdaderamente se cubren de Rocío los que rigen los destinos de los más atormentados, que así sea, si verdaderamente las casas del despilfarro llena de gloria bendita, abran sus puertas para que nadie se sienta extraño. Adios con el pañuelito, me temo que esa fe que se presume por la calles, no es la fe verdadera que cree sin necesidad de dar espectáculo. Pero somos así, así es nuestro pueblo: ¡Viva la Virgen! metiendo el dedo en la llaga, ver para creer.
No hay comentarios:
Publicar un comentario