A pesar de las advertencias, amenazas y amonestaciones de “la Guaditoca”, como todos los años, la Noche buena se celebró en el patio del corral, con un frío más grande que “pelando rábanos”. De encender la candela, se encargaron –como siempre- “Pepito el de la portera” (que era muy servicial y multiusos) y los hijos de “Consuelo la del Arahal” (muy apañados para esos y otros menesteres colectivos). Se habilitó para ello, un bidón de petroleo -psa- con dos embocaduras en su parte inferior cubiertas con rejilla de alambre, para que calentara los piés y otras tantas en la parte superior, para que hiciera lo propio con manos y cara. El susodicho bidón, estaba cubierto hasta sus ¾ por carbón, mezclado con cisco picón. La “Encanni” se encargó de la música, sacando para ello, el altavoz de su “picú –Cosmo” por la ventana del principal y desde primeras horas de la tarde se fue ambientando el patio con los vinilo de Raphael, cantando el famoso tamborilero y los villancicos flamencos de la “navidad de Philis” interpretados por Rocío Durcal, Manolo Escobar y los Marismeños, junto con los campanilleros de la Niña de la Puebla. “Mercedita la del segundo”, se encargó de decorar el patio con sus macetas, al tiempo que regaba su gañate con “mosto de Umbrete”, hasta alcanzar un estado de gracia tal, que terminó bailando por bulerías con “Pepa la sorda” soltando unas carcajadas tan escandalosas que contagió a “Loli, la del tomate”, “Rosario la montañesa” y “Pepita la de los jamones” que se unieron a la improvisada fiesta, agregando: pestiños, alfajores y tortas de almendras con la botella de anís “el mono”. Los niños, mientras tanto y aprovechándose de la algarabía, fueron en busca de tiras de “chiquitraque” y bombitas fétidas al puestecillo de “Juana la sillera” y montaron su particular pirotecnia en el zaguán, reclamando la atención de “la Guaditoca” que corría hacia ellos con el palo de la fregona blafemando y maldiciendo a sus respectivas castas. Así fueron pasando las horas del día, hasta caer la tarde en manos de un frío tal, que por las galerías del corral, paseaban los “pinguinos” como mateo por su casa, de tal forma que “María Montero” temiendo una recaida en su pulmonía, se negó a bajar al patio con la excusa de que no podía dejar a su padre sólo. “La Encanni, no sabía como sacar de la mesa de camilla a “Rosario la chiquetita”, que se le había encaramado allí viendo Bonanza en la televisión y dejando el tufo que desprendía su “zagalejo” asfixiado en la alhucema del bracero, requirió entonces la ayuda del “Carlos el pesao” y “Paquito el encuadernador”, para que cogieran a “la Rosario” –sin despegarla de la silla- y la bajaran al patio… pero, cuando esos hombres la movieron del sitio y el olor corporal de la anciana, desprendió sus efluvios a limones podridos del caribe revuelto con camarones y huevo duro picado, se les resbaló la silla de las manos y “la Rosario” calló de bruces, rodando por el corredor, atrayendo el instinto cazador del descomunal gato de “Pepita la de los jamones”. En medio de la confusión general, los niños aprovecharon para lanzar las bómbitas fétidas por las escaleras, difundiendo el olor nauseabundo a tal escala, que hasta las ratas huyeron despavoridas del corral, víctima de las fatiguitas de la muerte. De modo que todos los vecinos terminaron aquella noche, reponiéndose de las nauseas, con un vasito de caldo del puchero, mientras que algunos hombres bajaron a fumarse un cigarrillo al patio, lamentando lo sucedido al calor de la malograda candela.
lunes, 27 de diciembre de 2010
NocheBuena por los suelos
A pesar de las advertencias, amenazas y amonestaciones de “la Guaditoca”, como todos los años, la Noche buena se celebró en el patio del corral, con un frío más grande que “pelando rábanos”. De encender la candela, se encargaron –como siempre- “Pepito el de la portera” (que era muy servicial y multiusos) y los hijos de “Consuelo la del Arahal” (muy apañados para esos y otros menesteres colectivos). Se habilitó para ello, un bidón de petroleo -psa- con dos embocaduras en su parte inferior cubiertas con rejilla de alambre, para que calentara los piés y otras tantas en la parte superior, para que hiciera lo propio con manos y cara. El susodicho bidón, estaba cubierto hasta sus ¾ por carbón, mezclado con cisco picón. La “Encanni” se encargó de la música, sacando para ello, el altavoz de su “picú –Cosmo” por la ventana del principal y desde primeras horas de la tarde se fue ambientando el patio con los vinilo de Raphael, cantando el famoso tamborilero y los villancicos flamencos de la “navidad de Philis” interpretados por Rocío Durcal, Manolo Escobar y los Marismeños, junto con los campanilleros de la Niña de la Puebla. “Mercedita la del segundo”, se encargó de decorar el patio con sus macetas, al tiempo que regaba su gañate con “mosto de Umbrete”, hasta alcanzar un estado de gracia tal, que terminó bailando por bulerías con “Pepa la sorda” soltando unas carcajadas tan escandalosas que contagió a “Loli, la del tomate”, “Rosario la montañesa” y “Pepita la de los jamones” que se unieron a la improvisada fiesta, agregando: pestiños, alfajores y tortas de almendras con la botella de anís “el mono”. Los niños, mientras tanto y aprovechándose de la algarabía, fueron en busca de tiras de “chiquitraque” y bombitas fétidas al puestecillo de “Juana la sillera” y montaron su particular pirotecnia en el zaguán, reclamando la atención de “la Guaditoca” que corría hacia ellos con el palo de la fregona blafemando y maldiciendo a sus respectivas castas. Así fueron pasando las horas del día, hasta caer la tarde en manos de un frío tal, que por las galerías del corral, paseaban los “pinguinos” como mateo por su casa, de tal forma que “María Montero” temiendo una recaida en su pulmonía, se negó a bajar al patio con la excusa de que no podía dejar a su padre sólo. “La Encanni, no sabía como sacar de la mesa de camilla a “Rosario la chiquetita”, que se le había encaramado allí viendo Bonanza en la televisión y dejando el tufo que desprendía su “zagalejo” asfixiado en la alhucema del bracero, requirió entonces la ayuda del “Carlos el pesao” y “Paquito el encuadernador”, para que cogieran a “la Rosario” –sin despegarla de la silla- y la bajaran al patio… pero, cuando esos hombres la movieron del sitio y el olor corporal de la anciana, desprendió sus efluvios a limones podridos del caribe revuelto con camarones y huevo duro picado, se les resbaló la silla de las manos y “la Rosario” calló de bruces, rodando por el corredor, atrayendo el instinto cazador del descomunal gato de “Pepita la de los jamones”. En medio de la confusión general, los niños aprovecharon para lanzar las bómbitas fétidas por las escaleras, difundiendo el olor nauseabundo a tal escala, que hasta las ratas huyeron despavoridas del corral, víctima de las fatiguitas de la muerte. De modo que todos los vecinos terminaron aquella noche, reponiéndose de las nauseas, con un vasito de caldo del puchero, mientras que algunos hombres bajaron a fumarse un cigarrillo al patio, lamentando lo sucedido al calor de la malograda candela.
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la guarida del ZORRO
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